Cambiar de hábitos está al alcance de todos. Para ello necesita dos
ingredientes importantes: elegir un cambio que sea coherente con su
escala de valores, y entrenarlo hasta que se convierta en un hábito.
Poco más.
Ya nada es “obligatoriamente” para siempre, ni siquiera lo que eligió
como afición, profesión o lugar de residencia. La idea de que podemos
ser quien deseemos, practicar nuevos deportes, aprender otras culturas,
probar todas las gastronomías, tener otros círculos de amigos…,
convierte una vida estanca en otra rica en oportunidades y variedad.
El cerebro es plástico. Las personas evolucionamos, deseamos cambiar,
crecer interiormente, y estamos capacitadas para ello. Atrás quedaron
las teorías sobre la muerte de neuronas y los procesos cognitivos
degenerativos. Hoy sabemos que las neuronas generan nuevas conexiones
que permiten estar aprendiendo hasta el día que morimos. La plasticidad
cerebral ha demostrado que el cerebro es una esponja, moldeable, y que
continuamente vamos reconfigurando nuestro mapa cerebral. Lo dijo
William James, uno de los padres de la psicología, en 1890, y todos los
neuropsicólogos hoy día confirman las mismas teorías.
El propio interés por querer cambiar de hábitos, la actitud y
motivación, así como salir de la zona confortable, invitan al cerebro a
una reorganización constante. Este proceso está presente siempre en las
personas, desde el nacimiento hasta la muerte.
En esta sociedad impaciente, basada en la cultura de “lo quiero todo
ya y sin esfuerzo”, cambiar de hábitos se ha convertido en un suplicio.
No porque sea difícil, sino porque no le damos el espacio suficiente
para convertirlo en hábito. ¿No le ha ocurrido alguna vez que al iniciar
una dieta, las primeras semanas son más difíciles de encauzar que
cuando lleva ya una temporada? Se debe a este proceso. Al principio su
cerebro le recuerda lo que tiene automatizado, la costumbre de picotear,
comer dulce o no practicar ejercicio, hasta que se “educa” y termina
adquiriendo las nuevas reglas y formas de comportarse con la comida.
Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”
Santiago Ramón y Cajal
La neurogénesis es el proceso por el que se generan nuevas neuronas.
Una de las actividades que retrasan el envejecimiento del cerebro es la
actividad física. Sí, no solo debe practicar ejercicio por los
beneficios emocionales como el bienestar y la reducción de la ansiedad, o
por verse más atractivo y fuerte, sino porque su cerebro se mantendrá
joven durante más tiempo. Un estudio del doctor Kwok Fai-so, de la
Universidad de Hong Kong, correlacionó el running con la neurogénesis.
El ejercicio ayuda a la división de células madres, que son las que dan
lugar a la aparición de nuevas células nerviosas.
Existen otras prácticas como la meditación, el tipo de alimentación o
la actividad sexual que también favorecen la creación de nuevas células
nerviosas.
Dado que la reorganización cerebral se estimula a lo largo de toda la
vida, no hay una sola etapa de las personas en la que no podamos
aprender algo nuevo. La edad de jubilación no marca un declive, ni
cumplir 40 o 50 años debería ser deprimente. Todo aquel que tenga
interés y actitud en algo está de enhorabuena, podrá aprender, entrenar y
convertirse en experto independientemente de la edad. Si usted es de
esas personas que se han dedicado durante su vida a una profesión de la
que han vivido medianamente bien, pero se quedaron con la miel en los
labios por no estudiar Antropología, Historia, Exactas, Bellas Artes, lo
que sea, puede empezar ahora. No hay límite de edad ni de tiempo para
el saber.
No deje que su edad le limite cuando su cerebro está preparado para
todo. La mente está constantemente renovándose gracias a la plasticidad
neuronal.